Cuando
por primera vez probó la marihuana no fue por rebeldía adolescente. No, qué va,
así no fue. Ojalá. Si hubiera sido así, ¡ay qué feliz podría ser! Sudado y
fuerte con hormonas alteradas posibles de oler en la mirada, joven, vivaz,
listo y preparado. Ay, qué feliz hubiera sido, sí, fumando marihuana en lo que
llaman, por lo rápido que marchita, la flor de la vida.
Cuando
probó la marihuana tenía el viejo ya ochenta y cinco años. “¡Cómo!”, exclamarán
muchos y tantos. El pobre viejo, ochenta y cinco años ya y casi ninguno
realmente vivido, no había probado la marihuana ¡ni una vez en su vida! Cabe
preguntarse por qué hablamos de este viejo y no de otro triste que tantos hay
por todos los pobres lugares de este mundo. Pues este viejo, ochenta y cinco
años ya cumplidos, aun no habiéndola probado JAMÁS (y remarco este “jamás” por
algo), decidió, a sus ochenta y cinco años, probarla. ¡Qué loco, qué
desgraciado! Las locuras de la juventud, los errores que los efebos cometen
repetidos tras la experiencia por un viejo arrugado y solo, ¡qué vergüenza! Es
vergonzoso, triste y patético, ¿no lo
creen? Un loco quizás era, podría ser. El pobre y viejo triste, al probarla, no supo
lo que debía esperar, aunque sí supo lo que ya no podía esperar. Qué triste y
qué patético.
Cuando
fumó de la hierba santa (para algunos), el triste octogenario estaba sentado en
su sillón. ¿Dónde más podía estar? Piénsenlo. Es un viejo. Tiene ochenta y
cinco años. ¿Dónde puede estar un triste pobre de su condición? En el bar
jugando al dominó, es una opción. Pero nuestro viejo no es esa clase de viejo.
Nuestro viejo no bebe coñac, no mira el fútbol ni los toros y no insulta a la
clase política. Tampoco come rosquillas de su pueblo. Nuestro viejo es algo
diferente, aunque antes no lo era. Cambió cuando un día se encontró con un
cachorrito de perro abandonado por algún vago de mierda que por no trabajar no
tendrá para alimentar al pobre chucho (eh, no me miren a mí, eso fue lo que el
viejo pensó). El pobre perro le recordó a todos esos hippies hijos de puta que
sueñan con convertir el país en Sodoma, asquerosos muertos de hambre, obreros
sucios y llenos de pulgas que… Oh, Padre Nuestro. Creo que amo a este perrillo.
Nuestro viejo había dejado de ser esa clase de viejo. Nuestro viejo estaba
probando la marihuana, ¡por Dios! Qué desequilibrado, qué triste, qué patético
que un viejo triste y pobre se drogue a sus ya cumplidos ochenta y cinco años
tirando por la borda todo aquello por lo que luchó: … Bueno, hay veces que no se sabe qué decir.
Antes
de probar esa trufita el viejo se duchó. Se le veía más viejo que nunca, que lo era.
Desnudo. Mojado, ¡ay quién pudiera estar mojado por sudar con vida adolescente!
Esqueleto en las extremidades y gordo como un cerdo en la parte central. No
alcanzaba a verse el pene, aunque ya ves tú para qué iba a querer hacerlo. Las arrugas
eran lo único que le hacía persona. Imagínense un viejo sin arrugas y díganme
si eso es humano. Era una pasa con patas, viviente en muerte, muerto ya estaba.
Está bien claro que era un viejo muy, muy triste. Pobrecillo, ¡Dios, por qué no
le perdonas, pobrecillo! Que una persona de su edad se ponga a probar la droga,
solo porque un cachorrillo le ha lamido el brazo con ternura… Dios Padre Todo
Poderoso, ¿a quién no le ha lamido un perro con ternura? Este triste y pobre
viejo, qué triste, no se había dado cuenta nunca de lo intensa que podía ser la
vida. ¡Este viejo y pobre triste no se había dado cuenta de que tenía vida!
¡Vida! Este viejo tenía vida. Pobre, oh, pobrecillo. Dios, perdónale.
Cuando
el viejo triste que ya conocemos probó la ganjah bendita, ¡oh ganjah bendita!
¡Oh, cuando tus dulces melodías entraron por su boca! ¡Oh, abrasados los
pulmones, cabeza loca! Dale más, hierba moca, pues su podredumbre ha cobrado
riqueza en lo más feliz de una cumbre donde canta naturaleza y donde la
tristeza se vuelve silbido de almíbar. Dale más, hierbecita, dale más. Este
pobre viejo ya no es pobre, amiga mía, ya no es pobre ni triste ni viejo, pues
ha librado su recuerdo, ¡oh dulce locura!, de entre los dientes del tiempo. Perrito
ya no es cachorro, es Rey León de Todo y Padre Nuestro es esclavo, siervo igual
que nuestro Hombre cuando lo fue del
pasado. ¡Oh, dulce hierbecita, que de tus humos caen naranjos!
Pepa la Grande